viernes, 20 de junio de 2025

Microcuento

Estaban acostadas. La niña dormía. Katrina Pepina, acariciando su espalda, le leía un cuento. Ella siempre los escucha primero.

Llegó él. Le sonrió. La tomó en brazos, porque es muy fuerte, aunque nadie lo sepa. Le contó chistes y la hizo reír.

La amaba.

jueves, 19 de junio de 2025

Espiritual

Por instinto natural, las personas buscan, rebuscan, se buscan.

De un tiempo a la fecha, Katrina Pepina se siente algo diferente.

Cierto es que siempre le ha buscado sentido a todo y que las cosas paranormales la han atraído desde pequeña. Fantasmas, vampiros y otros seres la intrigaban.

Aún recuerda cuando, a escondidas de Má, tomaba las revistas de aquel que fue por un litro de leche y no volvió. Contrario a lo que se piensa, se trataba de publicaciones pseudocientíficas que exacerbaban el poder de las pirámides, las experiencias de abducciones por seres de otros mundos, los rituales poderosos del ajo contra los vampiros y las capacidades telepáticas de algunos afortunados.

Recordaba también, cómo después de leer, duraba noches enteras llena de ataques de ansiedad y de insomnio, porque temía ser secuestrada por extraterrestres verdes que vendrían a explorar su cerebro. Má lo sabía. Había leído esas cosas otra vez. Tenía siete años.

Inculcada en la fé católica, fue ferviente fan de ofrecer flores en los rosarios, cantar en el coro dominical y soñar con ir vestida de blanco en el pasillo episcopal de la capilla del Sagrado Corazón de Jesús.

Eso sabía de Dios. Eso creía de Él.

Un día, al salir del catecismo donde habían estudiado los mandamientos recuerda decirle a Má:

-No sé porqué la gente va al infierno. Cumplir esas reglas es muy fácil. A lo mejor mentir es lo más grave que pudiera sucederme. Pero yo estoy casi segura que me voy pa’rriba.

No entendió la risa que emitieron sus interlocutoras. Má y su amiga se miraron de reojo, y sólo dijeron, ojalá así sea. Ahora las entiende.

Y esque luego crece y le salen con que sus obras no cuentan y es la Gracia divina la que la salva. Y qué bueno porque si fuera examen ya hubiera tronado como palomita. Porque la verdad cae más pronto un hablador que un cojo y la gracia fue lo que, en una noche oscura del alma, más profunda y más oscura que cualquier noche que hubiera podido ver, la rescató.

“Porque cuando soy débil, soy fuerte…” Le habló desde lo más profundo de sus entrañas mostrándole aquella noche que no había nada que pelear, nada que hacer. Que sólo la rendición absoluta y el admitir la incapacidad de tener las circunstancias bajo control, sería la llave para la libertad y la muerte del dolor dentro de su alma. Que la conexión con el Ser y con el todo sólo se podía obtener desde la humildad. Que su identidad era e iba más allá de lo que se ve, lo que se piensa, lo que se siente.

Desde ese día, se va transformando suavemente. No es un milagro evidente. Sigue siendo rubia -natural, obviamente-, pero cada vez trata de elegir mejor sus batallas. Por ahora ha decidido que el dinero, la fama y la gloria ya no son cosas que anhele. Tampoco el incesante ruido de la calle, la fiesta, la multitud. Soñó -¡tantas veces!- con vivir en una gran ciudad, cosmopolita, urbana, citadina. Hoy se descubre anhelante de vivir en el campo, en silencio, en paz.

No sabe porqué cambió tanto. Recuerda que se cansó de tratar de mostrar su valía, la de su trabajo, la de sus servicios, la de su propia persona.

En el silencio profundo y el sudor de un ejercicio bien hecho encuentra la fuerza y la alegría. En las palabras edificantes el abrazo para los suyos. Descubrió que en el placer hay trampas oscuras y que lo peor que puede hacer es creer todo lo que piensa. Que el espejo puede mostrarnos belleza pero la verdadera belleza se refleja en cómo servimos a los demás, y que aún con todos nuestros defectos, estamos destinados a ser y a hacer lo que corresponde, de manera indefectible.

No sabe si está despierta, viva. A ratos sí. Ama sentirse ignorante de tantas cosas pero también agradecida de las que conoce. Admira y respeta profundamente los procesos y los caminos ajenos.Ya no desea entrometerse. Sólo vivir aquí, en paz, ahora, con la esperanza de volver al todo un día.

Escorbuto la observa, cantando fuerte, hablando sola, con las narices entre páginas y sueños. Luego parece guacamaya. Al rato, ida, viendo entre los árboles sonríe para sí misma y para quien la mira.

-Hoy ya fue, mañana quién sabe. - Afirma la sabia mujercita mientras se prepara una sopa caldosa para su gripa de junio.

martes, 19 de noviembre de 2024

Otoño

Desde hace días, la temperatura está bajando en el ambiente. La brisa de la mañana llena de rocío fresco los árboles y las personas se abrigan un poco más.

Katrina Pepina no. 

Ella sigue queriendo usar blusas de tirantes y ropa ligera. Vestidos que vuelan con el aire y sus huaraches de veraneo.

Se niega a aceptar que el clima ha cambiado. 

Y no es que deteste el otoño, ya lo ha pasado antes. Incluso lo ha disfrutado. Pero, este año, no quisiera que sucediera. Quisiera poder detener el tiempo y el mundo -como ya lo había intentado hacer en una propuesta política en uno de estos cuentos cuando Peña se lanzaba-. 

Quisiera poder seguir disfrutando del verano, del calor, de las bebidas frías y de nadar en agua tibia.

Pero la vida no es así.

El clima no sigue sus caprichos y el año no va a detenerse solo porque una niña berrinchuda no quiere ponerse calcetines o seguir avanzando.

-Agradecida deberías de estar, - le dicen por ahí. - Tuviste un año increíble. Tu perro no se perdió, casi no has tenido tos. Viajaste sola tres veces a lugares diferentes de la tierra, aprendiste a nadar, te recuperaste de una lesión de rodilla delicada y aprendiste un montón. Conociste personas asombrosas y afianzaste tu vida espiritual. ¿Qué más puedes pedir?

A Katrina Pepina se le olvida. Se le olvida como empezó el año sin la más remota idea de qué iba a suceder. 

Ella recuerda baches, llantos y sustos. A ratos si, momentos increíbles caminando por lugares que sus sueños nunca vieron, sonrisas entre la gente, olores a fruta, café, árboles y tierras nuevas. Abrazos de su hija, saludos felices, luces de colores.

Aún así, se resiste. Se resiste a la vida. Se aferra al pasado y al calor. No quiere suéter, no quiere futuro, hasta el presente se le va. Ha sido un año tan increíble y tan maravilloso que ella quiere quedarse sentada aquí, quietecita, esperando que nadie quiera irse. Que el calor perdure, que los abrazos no se extingan, que el café de la mañana no se enfríe y siga dulce. 

Pero la vida no es así.

Díganle, díganle que la vida pasa. Que los tiempos cambian y las personas también. Díganle que nada es para siempre y que no tiene nada de malo ponerse un suetercito si se tiene frío, que también es placentera la soledad y la incertidumbre, que el invierno debe venir para que los árboles vuelvan a florecer. Como ella.

Ella es un árbol, ella es árbol. Es sol y lluvia. Tierra y lágrimas. Sal y luz. Trueno y voz. Silencio.

Mira alrededor. Despierta. Los pájaros cantan antes de dormir. El sol se esconde entre reflejos naranjas y paisajes amarillos. El viento frío le roza la cara. Tiembla. Su vestido ligero se mueve y ya no es suficiente. De verdad las cosas han cambiado. Ella también.

Camina a casa y se abraza en el trayecto. Una nostalgia llena de ternura y gratitud le inunda el pecho, lágrimas. Un té caliente, un suéter suave. Calcetines de colores y una cama tibia. Escorbuto cocinando, Cachetina entre sus brazos y el caniche con su chaleco, mirándola desde el sillón. 

Eso será el otoño, tal vez también el invierno. La vida seguirá su curso y las vidas también. Nadie sabe lo que sigue, pero ahora no importa mucho. Con que se disfrute el hoy.

-Ya no tengo frío. - Dice la mula, tomando atole de trigo.