Katrina Pepina cambia.
Diariamente, súbitamente, cambia.
Se ve diferente. Sonríe diferente.
Hay personas que le dicen que se ve preciosa, brillante. Y luego la revisan bien y su mirada es triste, profunda, perdida.
Lo tiene todo.
Familia completa, un caniche bonito, casa, pelos largos, dientes derechos, trabajo seguro, vive de lo que ama, una niña profundamente brillante, agradabilidad a la vista, apoyo incondicional, mejor amiga cercana, cumplidos recurrentes, música preciosa, salud relativamente estable, ropa chiquita, confidentes confiables, hermanos exitosos y plenos, una pareja que la respeta y, a su modo, la ama.
A uno siempre le falta algo para ser feliz, por más que le insistan en que lo que hay debe ser suficiente.
Probablemente lo que a ella le falta, o cree que así es, es un cochecito para andar y el valor para manejarlo. Y obviamente, y más profunda que cualquier carencia, Má.
Son muy poquitas cosas las que siente que quisiera.
La ropa no llena, los gadgets sirven, pero no nutren tanto como quisiera; la comida llega hasta el cuello pero no abraza, aún así, el corazón. El mundo la ve. Pero sólo la ve, no la observa. Aprecian su aspecto, su sonrisa, la piel que se asoma, la juventud. No tiene paciencia para el caniche, no hay tiempo para hacer de la casa un hogar. Los pelos caen, sometidos al estrés diario de hacer lo que se ama para vivir pero no siempre con ganas y siempre, eso sí, con sueño. Ahora vive con el miedo constante de que los dientes se vuelvan a torcer. Con la incertidumbre de cuanto tiempo más, su cuerpo resistirá el cansancio antes de colapsar. Cuida a su hija, pero con la mente lejos. Se aferra a algo que posiblemente está por apagarse, para no volver a ser huérfana otra vez.
La terapia le recuerda constantemente que ya no es una niña. Que es una mujer relativamente libre que a esta edad debiera conocerse suficiente como para amarse y defenderse. Como si no fuera suficiente todo lo que le ronda en la cabeza.
Corre, literalmente. De todo y de todos. Con bromas se queja de la proximidad de los suyos pero en la soledad llora porque se cansó de ser su única compañía.
¿Cómo? Se pregunta. ¿Cómo hizo aquellos tiempos oscuros y tormentosos para ser feliz? Porqué a pesar de todo, los recuerda felices. Hospital tras hospital. Agujas y comida de la calle, siestas en el piso, hermanos solitos, lagrimas por montones.
Idealización del pasado, le dicen.
Cachetadas del presente.
Inconsistencia del futuro.
Una vez más, con vida casi perfecta, la gratitud se desvanece. Crecen las expectativas y el camino por delante se ve muy incierto. Terrorífico. Emocionante.
-Ahí voy, otra vez. ¿A dónde? No sé. Acompañenme, pero no se acerquen mucho, que me hostigan...