sábado, 31 de agosto de 2019

Mutilante

Alguien, en alguna circunstancia, ¿ha tenido una extremidad adolorida y se ha dicho a sí mismo: maldito brazo que me sirve tanto y es tan parte de mi, pero me duele, voy a arrancarlo porque seguro si lo hago voy a estar mejor? ¿Y fantasea con ese momento en que no lo tiene y ahora no tiene ni idea de como cargar una caja pero cree que va a ser feliz cuando eso suceda?

¿Suena estúpido?

Ya leidito, escrito, tal pareciera que si.

Pero así anda día tras día Katrina Pepina.

Amenazando a su pierna, que lo unico que tiene de malo es ser una pierna y doler a ratos, y no querer jalar al mismo ritmo, y negarse a ser igual que la otra condenada con la que camina.

Pobre pierna. Escucha reclamos y gritos a diario.
Desde la ropa que viste hasta el agua que la nutre.

Pinche pierna. Es que hay días que medio se muere y no jala y pareciera que es mas fácil arrancarla a serrucho y pegarse un palo de escoba. Seguro sale más efectivo.

Quisiera decirle que no la arranque.

Pero si la pierna insiste en querer pensar con criterio propio, insiste en desobedecer, se niega a seguir el ritmo al que andamos, pretende crear su propio concepto de lo que debería o no hacer una pierna, entonces que nos pasen el serrucho, el machete, las tijeras.

Aunque en el intento muramos desangradas.

Vida perfecta

Katrina Pepina cambia.

Diariamente, súbitamente, cambia.

Se ve diferente. Sonríe diferente.

Hay personas que le dicen que se ve preciosa, brillante. Y luego la revisan bien y su mirada es triste, profunda, perdida.

Lo tiene todo.

Familia completa, un caniche bonito, casa, pelos largos, dientes derechos, trabajo seguro, vive de lo que ama, una niña profundamente brillante, agradabilidad a la vista, apoyo incondicional, mejor amiga cercana, cumplidos recurrentes, música preciosa, salud relativamente estable, ropa chiquita, confidentes confiables, hermanos exitosos y plenos, una pareja que la respeta y, a su modo, la ama.

A uno siempre le falta algo para ser feliz, por más que le insistan en que lo que hay debe ser suficiente.
Probablemente lo que a ella le falta, o cree que así es, es un cochecito para andar y el valor para manejarlo. Y obviamente, y más profunda que cualquier carencia, Má.

Son muy poquitas cosas las que siente que quisiera.

La ropa no llena, los gadgets sirven, pero no nutren tanto como quisiera; la comida llega hasta el cuello pero no abraza, aún así, el corazón. El mundo la ve. Pero sólo la ve, no la observa. Aprecian su aspecto, su sonrisa, la piel que se asoma, la juventud. No tiene paciencia para el caniche, no hay tiempo para hacer de la casa un hogar. Los pelos caen, sometidos al estrés diario de hacer lo que se ama para vivir pero no siempre con ganas y siempre, eso sí, con sueño. Ahora vive con el miedo constante de que los dientes se vuelvan a torcer. Con la incertidumbre de cuanto tiempo más, su cuerpo resistirá el cansancio antes de colapsar. Cuida a su hija, pero con la mente lejos. Se aferra a algo que posiblemente está por apagarse, para no volver a ser huérfana otra vez.

La terapia le recuerda constantemente que ya no es una niña. Que es una mujer relativamente libre que a esta edad debiera conocerse suficiente como para amarse y defenderse. Como si no fuera suficiente todo lo que le ronda en la cabeza.

Corre, literalmente. De todo y de todos. Con bromas se queja de la proximidad de los suyos pero en la soledad llora porque se cansó de ser su única compañía.

¿Cómo? Se pregunta. ¿Cómo hizo aquellos tiempos oscuros y tormentosos para ser feliz? Porqué a pesar de todo, los recuerda felices. Hospital tras hospital. Agujas y comida de la calle, siestas en el piso, hermanos solitos, lagrimas por montones.

Idealización del pasado, le dicen.
Cachetadas del presente.
Inconsistencia del futuro.

Una vez más, con vida casi perfecta, la gratitud se desvanece. Crecen las expectativas y el camino por delante se ve muy incierto. Terrorífico. Emocionante.

-Ahí voy, otra vez. ¿A dónde? No sé. Acompañenme, pero no se acerquen mucho, que me hostigan...