martes, 9 de octubre de 2018

Ya huele a navidad.

- Ya huele a navidad.

Comentaba en tiempos de secundaria una amiga cercana de Katrina Pepina, y todos se reían. Rondaban las fechas de Octubre, en los años mozos.

Hoy, como hace tantos años, vuelve a ser Octubre. Mes, como antes se había escrito, preciosísimo e invisible, en el que efectivamente, contrario al mundo y a juego con él, empieza a oler a navidad para nuestra protagonista.

Podrán leer, de enero, el pequeño cuento lamentero -común de este lugar-, que precede a este. Confusión, tristeza, vacío e incertidumbre rondando la cabeza de esta niña envuelta en cuerpo de señora.

La historia amanece diferente por estos días.

Lo está logrando.

¿Qué? no sabe a ciencia cierta. Pero de que esta cambiando, es así. Va fluyendo como agüita de río, entre piedritas y llantas -con aquello de la terrible contaminación-. Paso a pasito.

Un día, - el día de su cumpleaños-, decidió que ya no quería ser igual. Empujada por la ira, por el hastío de saberse lo que no deseaba, empezó. Ejercicio primero, comida sana después. El autodesprecio fue convirtiéndose en amor propio, muy lentamente.

Después, viéndose aún perdida de mente, se acercó a oídos y ojos atentos, imparciales, que ayudaron a ordenar las cajas viejas, los arrumbes, las barbaridades que estorbaban en la puerta.

Cambió su caminar. Volvió a bailar más. Dejó de rumiar -¡Finalmente!- se escucha decir.

Todavía tenía miedo. Pero se sintió tan bonito hacer con todo y él. Aprendió a perdonarse. Practicó hasta el cansancio, y con paso lento, pero seguro empezó a construir y darle forma al sueñito de su vida por estos días: su changarro. Siempre lo quiso, pero no creyó que podría tenerlo nunca. Error garrafal.

Le falta desapegarse, le falta dejar de procrastinar en algunas cositas. Pero ahí va. Mas feliz y más suficiente.

- Como aquella niña de secundaria, pero más arrugadita, y menos acomplejada. - Dice Katrina Pepina, describiéndose.