miércoles, 31 de enero de 2018

De amores y fechas

En el incesante andar de Cachetina por la vida - breve, pero sumamente productivo - nuestra pequeña felicidad con piececitos se ocupa de jugar, regañar a su papá, pintar, andar en triciclo - para ella bicicleta, como las niñas grandes - ver la televisión a ratos, leer y jugar con el agüita, entre muchas otras interesantes actividades. La acusan de brillante por contar hasta el dieciséis, saber los colores  y las letras a sus casi dos años de existir. Mamá la disfruta indeciblemente y de la manera más absoluta.

Hay días también en que la paciencia se les va a las dos de paseo y se miran una a la otra, cansadas, inquietas, anhelantes. A mamá le pasa más seguido. Después del trabajo, la limpieza, y la vida, se pone trompuda y se niega a continuar. Ustedes, mejor que mucha gente, lo sabe. Claramente es visto en este lugar.

Sin embargo, alicientes bonitos hay por todos lados. A veces invisibles, tenues, sutiles. En su contraparte, están aquellos que llegan como una cachetada: refrescantes, momentáneos, completamente satisfactorios. Esos que te sacuden y te estremecen, te hacen consciente de porqué sigues luchando.

Con uno de éstos segundos es como Cachetina ha despertado a mamá. Después del desayuno - batalla constante - inocentemente ha dicho y hecho lo más hermoso que se vió jamás:

- Mamá, te quiero - le dijo mientras le abrazaba con sus cortitas extremidades.

Un dieciséis de enero de 2018 pasó. Y Katrina Pepina despertó. Sus cargas se fueron, las fuerzas volvieron. El primero de muchos te quieros, sinceros y a voluntad.

- Lo mejor de mi vida - se oye decir en voz alta.

Nocturno

Y  de repente se vió Katrina Pepina desvelada, descompensada, deshidratada.

Temerosa de la muerte y de la vida. De los demás y del yo mismo. Sola. Amando de manera indescriptible, sufriendo cada día la pérdida inevitable, entregada. 

Entre tanto, los tiempos inútiles rondaban su vida, vacíos, pero llenos de basura. Imágenes, conceptos, videos, recetas y sentimientos que pasaban frente a sus ojos, luces coloridas y neones, escalas de grises transmitiendo sobriedad u osadía. Valor para alguien, nada para la mayoría.
Ideas hechas luz. Ideas de otros que le robaban la calma, el tiempo, la existencia. Que acallaban su propia voz y arrancaban la perspectiva de su realidad.

Espectadora.
De todo y todos, menos de sí. Con vista corta, que sólo apreciaba la cáscara evidente.

Perdida.
Una mandarina convirtiéndose en toronja. Quejante. Cobarde. Dudosa e incierta. Enfermiza.

¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Porqué?
Le pregunta a lo que de ella queda. Rescoldo de luz entre tinieblas. 

Se descubre guardando todo lo mejor para los amados. El marido leal, la dulce hija. Sonrisas para los hermanos. Pero cuando nadie está, ¿dónde está ella?

Si. A veces brilla. Hoy no. 

En sus espacios de soledad empieza a esconderse detrás de una cerveza. De vino tinto. En el fondo del vaso encuentra la falsa alegría, el carácter afable, ligereza de conflictos. Es tentador.

Infeliz.
Desbordada de melancolía. Sin saber de qué, o de quienes. Sabiéndose dichosa, más que nunca. Pero inevitablemente incompleta.

Gratitud, gratitud es la palabra. Se la fue comiendo el tiempo, el dolor, el olvido.

Y después de aterrizar las letras, de renegar y escupir a voluntad, al mundo, al espejo, al pasado y al futuro, descansa. Se prepara para intentar otra vez.