En el incesante andar de Cachetina por la vida - breve, pero sumamente productivo - nuestra pequeña felicidad con piececitos se ocupa de jugar, regañar a su papá, pintar, andar en triciclo - para ella bicicleta, como las niñas grandes - ver la televisión a ratos, leer y jugar con el agüita, entre muchas otras interesantes actividades. La acusan de brillante por contar hasta el dieciséis, saber los colores y las letras a sus casi dos años de existir. Mamá la disfruta indeciblemente y de la manera más absoluta.
Hay días también en que la paciencia se les va a las dos de paseo y se miran una a la otra, cansadas, inquietas, anhelantes. A mamá le pasa más seguido. Después del trabajo, la limpieza, y la vida, se pone trompuda y se niega a continuar. Ustedes, mejor que mucha gente, lo sabe. Claramente es visto en este lugar.
Sin embargo, alicientes bonitos hay por todos lados. A veces invisibles, tenues, sutiles. En su contraparte, están aquellos que llegan como una cachetada: refrescantes, momentáneos, completamente satisfactorios. Esos que te sacuden y te estremecen, te hacen consciente de porqué sigues luchando.
Con uno de éstos segundos es como Cachetina ha despertado a mamá. Después del desayuno - batalla constante - inocentemente ha dicho y hecho lo más hermoso que se vió jamás:
- Mamá, te quiero - le dijo mientras le abrazaba con sus cortitas extremidades.
Un dieciséis de enero de 2018 pasó. Y Katrina Pepina despertó. Sus cargas se fueron, las fuerzas volvieron. El primero de muchos te quieros, sinceros y a voluntad.
- Lo mejor de mi vida - se oye decir en voz alta.