viernes, 20 de marzo de 2020

Tus manos


Me tocan, me calman, sedan mis miedos, arrullan mis sueños.
Me aman despacio, me sonríen, me tientan.
Tus brazos.
Son el oasis que me acoge después del naufragio. El sitio de mi paz.
Tu boca.
Sonríe, me besa, me habla.
Tus besos son postre de durazno y leche. Tibios, dulces, suaves.
¡Y la forma en que me miras!
Nuestras palabras y promesas echadas al viento, en tus brazos se vuelven realidad, al menos por un momento. 

Personas

Personas.
Personas adultas.
Personas que aman, se entregan, que sienten.
Luego asustados, se van. Escapan.
Huyen de sentir, de querer, de decir la verdad.
Sustituyen.
Callan sus miedos entre piel y cuentos.
Lloran en secreto.
Llenan sus vacíos de otros. Los comen.
Y si eso significa madurar,
No quiero dejar de ser niño.
Nunca.

lunes, 9 de marzo de 2020

Caminatas y rencores

Ella te besaba, y tu pensabas como destruirla.
La estudiabas, estudiaste. Buscaste el momento preciso.
Flores, sueños, anillos, promesas. La llenaste de todo. Le entregaste tu vida a manos llenas. Derrochaste miel, agua, leche en su vida.
Y poco a poco, ella florecía.
El tiempo pasó. Tus tristezas y amarguras te hicieron olvidarte de todo. De ti, de ella, de ambos. Ibas por los cuartos como algo muerto, dormido.
Ella te abrazaba. Te llenaba de palabras. Te empujaba. Te cargaba a veces.
No lo notabas. Estabas ocupado sufriendo. Por ti, por ella, por todo lo que no existía, por lo que no llegaba.
Un día, se cansó. Eran dos pero sus fuerzas no bastaban.
Decidió alejarse un poco, pedir ayuda, buscar nuevas fuerzas.
Y se perdió.
Por rumbos nuevos, diferentes. No siempre buenos.
Iba cegada por lo que veía. Físicos perfectos, objetos caros, gente vacía. Parecían felices.
Quiso ser como ellos.
De vez en cuando, ella volvía. Quería levantarte.
Te hablaba, te gritaba, te empujaba. Te necesitaba.
Tú, al principio ni lo notabas. Ella era diferente. Su sonrisa era otra. Cada vez más falsa.
Su piel, más perfecta. Su voz, más actuada.
Y sufrías. Por ti. Por lo que no existía, por lo que no llegaba.
Y ella se volvía a ir.
Nunca quiso dejarte ahí. Tu no querías levantarte.
Se fue.
Al volver, sus ropas eran distintas. Lo notaste. Sus ojos, vacíos.
Ya no estaba segura de querer volver a ti, decía.
No porque lo que allá había fuera mejor, sino porque tú no mostrabas intenciones de seguir. Querías permanecer ahí, y mantenerla contigo.
Y lo decidiste.
La besaste con ternura.
La tomaste entre tus brazos.
La viste tan diferente.
Ella, ingenua, torpe y llena de errores, creyó que por fin seguirían caminando. Se regocijó como una niña.
Y de repente, le arrancaste las ropas.
La señalaste, la maldijiste por haberse ido.
La acusaste de fallarte. Rompiste lo que trajo en sus manos para ti.
Y sufrías. Sufrías por todo lo que allá lejos había vivido.
Te dolía, decías. Lo que allá experimentó.
Pero no quisiste ir.
No te culpa. Está en su corazón, en su sangre, ver, oler, vivir, soñar.
Ella quiso, quiere siempre, hacerlo contigo.
Pero no quisiste ir.