viernes, 23 de diciembre de 2016

A mi muerta

A casi un año de tu partida, te echo de menos más cada día.
Te busco en las luces, en los instantes. En el rostro de mi hija, en su carácter aguerrido. Te ato a mi como un lazo al dedo, tratando de no perderte, pero sin saberte cierta. El mundo dice que mientras tu memoria persevera en mi recuerdo, tú permaneces. Yo dudo siquiera si un día estuviste aquí.
Las evidencias abundan, los recuerdos se muestran, el entorno lo grita. Está tu ropa, tus caminos, tus historias, estoy yo. De tu existir ha llegado el mío, y ahora que no estás, no tengo ni por cierta mi propia vida. Sin ti me he convertido en un árbol sin raíces, en un desenlace sin planteamiento.
Busco, busco, te busco. Tu voz se me va un poco más cada día. Tus gestos me parecen tan difusos. Y en mis sueños sigues siendo tú, intacta, perfecta, precisa. Ellos me recuerdan lo que en vela de ti olvido.
Un cabello, un rasguño, un pedazo de papel, son para mí tesoros invaluables que conservo vehementemente. Señales como mandadas del más sublime de los reinos, que me hacen sonreír llena de ternura y de dolor.
Maldita la muerte que te arrancó de mi lado.
Maldita la agonía de tu enfermedad.
Maldito aquél que no escuchó tus ruegos.
Vida vacía sin ti.
Aquí seguiré, día tras día, buscándote. Perdiéndote. Hasta el momento en el que te encuentre de nuevo. Cuando la tierra me abrase y nos volvamos tú y yo parte de una sola condición.
Hasta entonces, te extraño.