miércoles, 27 de febrero de 2019

Sueños fugaces

Katrina Pepina ama venir aquí. A este desierto letroso. Ególatra, egocéntrica, egoléxica.

Es un remanso de aguas de colores para su alma.
Tornasoles, azules, transparentes. Medio turbias a veces. Le recuerdan su profunda dulzura, estupidez y humanidad.

Es un abrazo tibio de palabras propias. Unas falsas, otras inventadas, muchas mal escritas.
Pero suyas. Enteramente suyas.

Es el lugar donde nada la oculta. Todo se lee. Muchas veces entre líneas, y lo más probable es que el mundo no entienda a ciencia cierta porqué chilla tanto esta mujer.  O tal vez si.

- Está loca - dicen por ahí. Y si, lo está.

Loca de amor por la vida, por su familia, por su trabajo, por el sol, loca de suerte. A veces buena, a veces no tanto.

En este sitio puede ser tan loca o tan lúcida como quiera. Tan suya o tan de cualquiera. Rimosa o sólo señora con prosa.

- Ojalá algún día tenga suficientes cuentitos como para llenar un folleto. - Se dice, mientras piensa en los libritos que dan los testigos de Jehová.

Al diablo

- Al diablo todo - ha dicho. Y se ha puesto a llorar.

No está segura de quién se trate, de qué tan malo sea, pero a todos mandó para allá.

Espera profundamente que sea tan bueno en ocasionar agonías, cómo suelen platicar. Y que sea también tan bueno como para querer hacerle el paro y darles una revolcada a todos los infelices que van por la vida felices, mientras nuestra actriz dramática de pacotilla se agenda las ofensas y las toma a cuenta.

Víctima hoy. Patética. Sufridora por elección.

Según dicen los que saben, cada quien elige cómo sentirse. Cuánto le afectan las cosas. Dónde sufrir y con quién.

De todos los padeceres de este largo y desgastante día - mes, diría yo - el que más le preocupa a nuestra dama en apuros es el nuevo camino que tendrá que tomar para ir a las tortillas. Y esque le encantan esas tortillas y aunque le suelten los perros o le avienten el contenido de las bacinicas por el balcón, se niega profundamente a renunciar a esas preciosas caminatas en compañía de su hija a comprar el manjar de los dioses mexicas.

- Me importa un silbato - se oye decir, culta y propia como siempre - yo voy a ir por mis tortillas.

Es así como entre estas letras, la ira se va un poquito. La risa se asoma a ratos, y la vida sigue, llenando de fortuna y espera a la niña, madre de otra niña.