viernes, 4 de octubre de 2019

Nocturno II

¿Se puede tener terror
de aquél,
a quien se prometió amar
para siempre?
Aquella noche
descubrió que sí.
**************************
Lo que él no sabía,
es que cada lágrima
liberaba
espacio.
Éste, a su vez
se iba llenando,
de valor rubicundo
para dejarlo.
**************************
Y en sus brazos,
con la mirada al techo,
lágrimas por las mejillas
- perdones tras las orejas -
decidió.
Haría lo necesario,
para que nunca,
nadie
volviera a amenazarla con quitarle
el único motivo de su vida.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

De días y noches.

Lloró. Lloró amargamente porque la soledad la rondaba. Se burlaba. Brazos la rodeaban. ¿Porque entonces, no la querían? ¿Porqué preferían el sueño, la comida, la calle, el tabaco, que a ella?

Me voy, vete. Mejor así. Tengo sueño. Los compromisos, las responsabilidades. Los miedos. Hasta mañana. Dos paredes separando lo que se supone que sólo Dios podría separar.

Frío de madrugada. Sueño sin paz. Sin ganas. Sin cansancio.

La miran, mira. Te miran. Atención escueta. Siembras todo el día y no cosechas nada. Y buscas pelea. Canalizar la ira. Si al menos le interesara pelear. Habría algo que reconciliar. Algo porqué golpear, morder. Descargar.

Pero no. No funciona. No importa. No sirve. Sólo esa tibieza horrenda que ni sonríe ni odia. Sólo la indiferencia y el engaño aparente tras la cordialidad.

Lagrimas corren por las comisuras. Llegan a la almohada. Esperan lo que nunca pasa. Lo que a nadie le importa. El abrazo que no existe. La caricia en la espalda. El beso en la frente. Pero no hay. Nada de eso hay.

Apaga la luz. Se dispone a dormir. Y para morir, un día menos ya.

jueves, 12 de septiembre de 2019

Intercambio

La vida adulta es complicada. Circulan memes a todas horas con respecto a lo costoso que es ser adulto. Lo cansado que se vive. Lo libre que deberías sentirte y mantras a las conciencias hambrientas de sentido.

Katrina Pepina, a sus treinta años, apenas anda empezando a probar esta vida. Sus ojos se abren a cosas que jamás veía. Tal vez algunas de veinte saben mucho más que ella de todo esto.

Observa la dinámica de las relaciones interpersonales, sentimentales, sociales. Las personas se involucran de todas maneras aún antes de conocer su nombre completo. Las palabras que determinan las muestras de afecto son vulgares, menospreciadas, y los acontecimientos, utilizados para la autosatisfacción. Al parecer a nadie le importan los vínculos espirituales y/o de salud que puedan presentarse, los nexos, los cruces. Se burlan de la privacía, se exhiben, jactándose de la cantidad de cuerpos que pueden tocarse con las mismas dos manos.

Las bromas acerca de la infidelidad y las satisfacciones que traen son abundantes. La cultura del 'ganado' y la no exclusividad ni física ni emocional, y mucho menos en otros ámbitos de la vida, son el pan de cada día.

Nuestra espectadora se siente estúpida. Observa todo, trata de entenderlo. Toma cariño por la gente y le da valor. Pero al parecer, los tiempos son otros. Eso ya no es útil. No importa. No vale. Y ese mundo tan vacío, hueco y complicado - actual, le llaman- está vedado para ella, gracias al Papá de Todos Nosotros, quien puso a Escorbuto y Cachetina como barrera de amor, de protección, de resguardo, a su alrededor.

Los podcasts de hoy en día hablan de autoprotección, de intercambios, de consensos, de negociación, del uso de los demás para la propia alimentación del ego. Le llaman sinceridad a admitir que sólo se pretende obtener del otro, lo que se desea, a cambio del precio pactado.

Mujeres y hombres buscan, entre broma y broma, quien satisfaga sus necesidades económicas a cambio del cuerpo mismo, de la integridad.

Katrina Pepina no quiere. Algo no le suena. No le cuadra. Es seductor, despierta su curiosidad. Pero le entristece profundamente. Le parecen mentiras disfrazadas de placer. Carencias tapadas con pedazos de piel. Enfermedades invisibles acumuladas y transmisión de estados emocionales adversos, destrucción espiritual.

Anticuada, le dicen por ahí.
Patética, mosca muerta, cobarde, inmadura.

-Digan lo que quieran, juzguenme, ignorenme. Acúsenme de vieja por buscar sinceridad en las personas, transparencia, cariño genuino, amistad sin pretensiones. Señalenme cómo idealista hipócrita. No importa. Prefiero, hasta hoy, conocer primero a las personas, antes que todo lo demás.

domingo, 1 de septiembre de 2019

Un año, un día.

Nota: Ésta carta fue escrita el 19 de febrero de 2017.
Dulce hija mía: hoy hace un año y un día que nos conocimos.
Gracias por existir, es lo primero que viene a mi mente al pensar en qué decir. Te amamos profundamente y no hay tiempo más feliz que éste que hemos pasado junto a ti.
Quiero contarte cómo pasamos tu cumpleaños: despertaste y tu papi, tía y yo te cantamos las mañanitas. Nos miraste asombrada y tus ojos nos decían que no comprendías. Desayunaste un taco de requesón y frijolitos (tu comida favorita por estos días), mientras yo batía betún y papi compraba tu piñata y otras cosas.
Te pusimos un vestido con tutú, tus mallas rosas y un pequeño tocado verde. Te veías adorable.
Compramos pizza con el dinero de tu bote - una botella de plástico en la que durante un año depositamos monedas y billetes especialmente para tu cumpleaños-, y papá la recogió junto con tu pastel.
Fuimos a casa de abuelita.
Comimos y dormiste tu siesta. Al despertar, te cantamos las mañanitas todos juntos y soplaste tu velita. Partiste el pastel y abuelita te llenó la nariz de betún. Quiero que sepas que nada te hizo tan feliz como pegarle a tu piñata. Gritabas y sonreías.
Abriste tus regalos, una camiseta que tu tía Coco mando hacer para ti y un robot que mamá escogió y que al parecer no es tan emocionante como ella creía. Ya sabes subir las escaleras gateando y cada día estás más cerca de caminar.
Tus palabras de estos días son agua, leche, zapato, coco, gua gua.
Feliz cumpleaños vida mía. Feliz cumpleaños a mi por tener la fortuna de tenerte. Feliz primer cumpleaños de todos los de tu vida. Te amo.

sábado, 31 de agosto de 2019

Mutilante

Alguien, en alguna circunstancia, ¿ha tenido una extremidad adolorida y se ha dicho a sí mismo: maldito brazo que me sirve tanto y es tan parte de mi, pero me duele, voy a arrancarlo porque seguro si lo hago voy a estar mejor? ¿Y fantasea con ese momento en que no lo tiene y ahora no tiene ni idea de como cargar una caja pero cree que va a ser feliz cuando eso suceda?

¿Suena estúpido?

Ya leidito, escrito, tal pareciera que si.

Pero así anda día tras día Katrina Pepina.

Amenazando a su pierna, que lo unico que tiene de malo es ser una pierna y doler a ratos, y no querer jalar al mismo ritmo, y negarse a ser igual que la otra condenada con la que camina.

Pobre pierna. Escucha reclamos y gritos a diario.
Desde la ropa que viste hasta el agua que la nutre.

Pinche pierna. Es que hay días que medio se muere y no jala y pareciera que es mas fácil arrancarla a serrucho y pegarse un palo de escoba. Seguro sale más efectivo.

Quisiera decirle que no la arranque.

Pero si la pierna insiste en querer pensar con criterio propio, insiste en desobedecer, se niega a seguir el ritmo al que andamos, pretende crear su propio concepto de lo que debería o no hacer una pierna, entonces que nos pasen el serrucho, el machete, las tijeras.

Aunque en el intento muramos desangradas.

Vida perfecta

Katrina Pepina cambia.

Diariamente, súbitamente, cambia.

Se ve diferente. Sonríe diferente.

Hay personas que le dicen que se ve preciosa, brillante. Y luego la revisan bien y su mirada es triste, profunda, perdida.

Lo tiene todo.

Familia completa, un caniche bonito, casa, pelos largos, dientes derechos, trabajo seguro, vive de lo que ama, una niña profundamente brillante, agradabilidad a la vista, apoyo incondicional, mejor amiga cercana, cumplidos recurrentes, música preciosa, salud relativamente estable, ropa chiquita, confidentes confiables, hermanos exitosos y plenos, una pareja que la respeta y, a su modo, la ama.

A uno siempre le falta algo para ser feliz, por más que le insistan en que lo que hay debe ser suficiente.
Probablemente lo que a ella le falta, o cree que así es, es un cochecito para andar y el valor para manejarlo. Y obviamente, y más profunda que cualquier carencia, Má.

Son muy poquitas cosas las que siente que quisiera.

La ropa no llena, los gadgets sirven, pero no nutren tanto como quisiera; la comida llega hasta el cuello pero no abraza, aún así, el corazón. El mundo la ve. Pero sólo la ve, no la observa. Aprecian su aspecto, su sonrisa, la piel que se asoma, la juventud. No tiene paciencia para el caniche, no hay tiempo para hacer de la casa un hogar. Los pelos caen, sometidos al estrés diario de hacer lo que se ama para vivir pero no siempre con ganas y siempre, eso sí, con sueño. Ahora vive con el miedo constante de que los dientes se vuelvan a torcer. Con la incertidumbre de cuanto tiempo más, su cuerpo resistirá el cansancio antes de colapsar. Cuida a su hija, pero con la mente lejos. Se aferra a algo que posiblemente está por apagarse, para no volver a ser huérfana otra vez.

La terapia le recuerda constantemente que ya no es una niña. Que es una mujer relativamente libre que a esta edad debiera conocerse suficiente como para amarse y defenderse. Como si no fuera suficiente todo lo que le ronda en la cabeza.

Corre, literalmente. De todo y de todos. Con bromas se queja de la proximidad de los suyos pero en la soledad llora porque se cansó de ser su única compañía.

¿Cómo? Se pregunta. ¿Cómo hizo aquellos tiempos oscuros y tormentosos para ser feliz? Porqué a pesar de todo, los recuerda felices. Hospital tras hospital. Agujas y comida de la calle, siestas en el piso, hermanos solitos, lagrimas por montones.

Idealización del pasado, le dicen.
Cachetadas del presente.
Inconsistencia del futuro.

Una vez más, con vida casi perfecta, la gratitud se desvanece. Crecen las expectativas y el camino por delante se ve muy incierto. Terrorífico. Emocionante.

-Ahí voy, otra vez. ¿A dónde? No sé. Acompañenme, pero no se acerquen mucho, que me hostigan...

lunes, 18 de marzo de 2019

Strudel de manzana

Besos. Abrazos. Sonrisas. Empanadas de carne molida y Pepsi. De eso ha sido su día.

De pura familia, vida, amor y dulzura.

- ¿Quién dijo que no se podía? - pregunta retadora la de los cachetes adoloridos de que no le cabe la sonrisa.

Hoy, después de mucho tiempo - meses más o menos- Katrina Pepina es plenamente feliz. No le falta nada. No quiere nada. No necesita nada. Ellos lo son todo. Escorbuto y Cachetina, con sus ojos marrón claro, tan parecidos el uno al otro, la miran por la casa loca de felicidad como una vil cabra. Le abrazan, le miman, la regañan también.

Qué importa. Que digan misa. Que Cachetina corra por la casa llena de tierra en el cabello. Que Escorbuto reniegue porque le toca amasar y armar las empanadas. Qué le hace, - diría sabiamente abuelita - no pasa nada.

Sus gritos y sus risas llenan las habitaciones, calientan la casa de techos altos y corrientes de aire. Se ahuma la cocina.

El corazón de Katrina Pepina se ahuma también. Unas lagrimitas le asoman por los ojos, - si, también por esto chilla - está tan agradecida.

Ellos son las vitaminas de su vida. Son su jala y empuja. Su levántate que si costea. Pedazos de su propia vida con pies ajenos.

- Qué bendición, qué fortuna. - dice, mientras se receta un strudel de manzana y una taza calientita de cacao con los que ama.

domingo, 17 de marzo de 2019

Adornitos y apariencias.

Las personas, indistintamente, cambian día con día. A veces es su cabello, otras, su manera de ver la vida. De repente despiertan un día y simplemente, ya no son lo que solían ser.
Cuando, al amanecer cotidiano, se miren en el espejo, posiblemente no lo noten. Seguro no miraron bien. Siempre a prisa, con la cabeza lejos, con los ojos del corazón cerrados, haciendo guiños, apretaditos y contenidos los párpados, los individuos son incapaces de percatarse de sus propias evoluciones.
Caso aparte en la interacción social. La gente siempre está mirando a la otra gente. Le escuchan. Le rondan. Descubren en el tono de voz la diferencia, el contexto, suponen, se atoran deduciendo cosas que no están capacitados para deducir.
Así le pasa a Katrina Pepina. Así le pasó otra vez. De un profundo cariño y aprecio, de repente le llegó una decepción. De sus propias expectativas, obviamente.
Esque esta señora adorna a las personas como se adorna un arbolito de navidad: les va colgando amasijos, adornitos, escarolas y virtudes virtuales. La pobre gente, ni cuenta. Y ella, viendo muy orgullosa el concepto creado por su torcida mente con respecto al tercero.
Y de repente, cual perro recién bañado, el personaje de estudio decide sacudirse al carajo todo lo que trae colgado.
-¡No te lo quites, te luce bonito! - Le grita Katrina Pepina en su desesperación. No quiere verlos de verdad. Como son. Es más fácil negar viendo, que vivir sabiendo lo que tiene cerca, diario, por buen rato.
Pero ahí está. El lado oscuro del ser. Como una pasta dental apachurrada que muestra inevitablemente su contenido. Innegable. Ni cómo decir que no es...
¿Qué hará nuestra decoradora? ¿Aceptar el pino seco, apreciarle por las pocas ramas verdes? ¿Alejarse antes de que una rama filosa intente sacarle un ojo? No. Quiere volver a colgarle todo. Sabe que es imposible. Que es caso perdido. Y llora. Profunda y amargamente, ante cada vez que la esfera cae. Insiste. Se cansa. Se conmisera. Se cuestiona y hasta quiere preguntarle al árbol, porque no quiere lo que ella le acomoda.
Pero el árbol es así. Y no está en su naturaleza querer estar adornado de cachivaches, sólo por darle gusto a ella. Es, y ya.
¿Cuánto? ¿Cuánto tiempo tardará para rendirse? Alguien digale que está bien rendirse a veces. Que si no le gusta la verdad, no necesita quedarse. Jálenle el cabello. Llévensela lejos. Amarrada si es necesario. Hasta que por fin entienda que hay cosas que sólo son, y ya.
- La estrellita se rompió, pero le voy a hacer un moño - se oye decir a nuestra boba, desesperada, patética negadora.

viernes, 15 de marzo de 2019

Voces

De día. De noche. Aparecen de madrugada, a veces como bálsamo, otras tantas como cuchillo: herramienta útil, insustituible, de habilidades profundas; destructor, punzante, veneno convertido en objeto.

Inevitablemente la persiguen. La rondan. Dulces e involuntarias. Calmantes, dadoras de paz, abrazos a distancia. Patadas ebrias, indiferentes, caducas.

Katrina Pepina anda por la vida tratando de pisar en lo parejo, y llegan. La estremecen. No sabe cuántas son, de dónde vienen. No quiere saber.
¿Será ella una más de todas? Seguramente. En el día, las deja ser, fluir. Las ignora o las defiende. Aunque nunca sabe lo que dicen. Por la noche, entre sueños, las abraza, les sonríe, las entreteje. Las empuja y luego las llora. Constantemente.

Dicen muchas cosas. El clima, la vida, lo cotidiano, el sol. Y más allá, en su corazón, le dicen lo que espera oír. Le hablan, lejos del contenido, de sí misma. De sus miedos y enojos. De sus penas y flores. De lo efímero de su vida.

Hay días que anhela el silencio. Que espera pacientemente hasta que desaparecen. Otros, las quiere ahí, cerquita. Y al final, en la oscuridad y el vacío, se percata de la paz, de lo obtuso del mundo, de la infinita y profunda soledad.

- ¿Cuánto durarán? ¿A dónde van? ¿Me llevan con ellas como las dejo yo conmigo? - Tal vez nunca lo sepa, pero sabe, espera, el día siguiente para escuchar qué traerán.

sábado, 2 de marzo de 2019

De la soledad

Katrina Pepina tiene muchas ocupaciones.

La sociedad espera de ella que cumpla apropiadamente con los roles que, según la era, el feminismo, los movimientos telúricos y los vecinos, son la combinación perfecta para la felicidad.

Cada dia es mujer, madre, esposa a medias - por aquello de la distancia - , empleada, empresaria, mujer del hogar, vecina, la loca que viste raro, y algunas cosas más.

Entre todo eso, cuando la pequeña Cachetina no está - bien sabido es que es el amor de su vida y de su muerte y su otra vida - y el trabajo termina, después de horas incansables, de repente, con la casa toda tirada, aparece el silencio.

La soledad. La ausencia de presencia, decía la prota muy "sabiamente".

Pero, ¿que viene con ella?

La paz. La calma. La consciencia del yo. Del ahora. La melancolía. La verdad.

El uno a uno, que inexorablemente, nos confronta y nos escupe. La certeza de lo inefable de la vida.

¿ Quien soy? ¿Donde estoy? ¿ Porque aquí? ¿ Porqué yo? Se pregunta caminando por la calle con rumbo a la tienda.

En la soledad, se percibe lo breve de la existencia. Los miedos mas ocultos. La realidad escondida detrás de filtros, palabras elogiosas, sonidos estridentes, y vidas sintéticas.

Y se siente miedo. Se contempla el paso del tiempo, el que no juzga, pero no perdona.

Eso piensa Katrina Pepina mientras camina con una botella de lo que completó. Para, al llegar a casa, en sus silencios, acompañada de otra realidad completamente ficticia que verá en la caja mágica, volver a buscar la manera de escapar de la realidad.

Camina rápido, con dudas, pero sin permitirse parecer insegura ante el mundo que la observa.

- Que nadie vea que soy una mentira - piensa. - Que el precio que he pagado por lo que ven es lo que más importa, lo que más vale. Y que cambiaría todo lo que tengo por el abrazo y la risa de los que amo, aquí, a mi lado.

Ojalá se le cumpla. Ojalá llegue el día. Pero sobre todo, ojalá tenga el valor de ser ella quien renuncie a lo que estorba, para quedarse con lo valioso de verdad.

miércoles, 27 de febrero de 2019

Sueños fugaces

Katrina Pepina ama venir aquí. A este desierto letroso. Ególatra, egocéntrica, egoléxica.

Es un remanso de aguas de colores para su alma.
Tornasoles, azules, transparentes. Medio turbias a veces. Le recuerdan su profunda dulzura, estupidez y humanidad.

Es un abrazo tibio de palabras propias. Unas falsas, otras inventadas, muchas mal escritas.
Pero suyas. Enteramente suyas.

Es el lugar donde nada la oculta. Todo se lee. Muchas veces entre líneas, y lo más probable es que el mundo no entienda a ciencia cierta porqué chilla tanto esta mujer.  O tal vez si.

- Está loca - dicen por ahí. Y si, lo está.

Loca de amor por la vida, por su familia, por su trabajo, por el sol, loca de suerte. A veces buena, a veces no tanto.

En este sitio puede ser tan loca o tan lúcida como quiera. Tan suya o tan de cualquiera. Rimosa o sólo señora con prosa.

- Ojalá algún día tenga suficientes cuentitos como para llenar un folleto. - Se dice, mientras piensa en los libritos que dan los testigos de Jehová.

Al diablo

- Al diablo todo - ha dicho. Y se ha puesto a llorar.

No está segura de quién se trate, de qué tan malo sea, pero a todos mandó para allá.

Espera profundamente que sea tan bueno en ocasionar agonías, cómo suelen platicar. Y que sea también tan bueno como para querer hacerle el paro y darles una revolcada a todos los infelices que van por la vida felices, mientras nuestra actriz dramática de pacotilla se agenda las ofensas y las toma a cuenta.

Víctima hoy. Patética. Sufridora por elección.

Según dicen los que saben, cada quien elige cómo sentirse. Cuánto le afectan las cosas. Dónde sufrir y con quién.

De todos los padeceres de este largo y desgastante día - mes, diría yo - el que más le preocupa a nuestra dama en apuros es el nuevo camino que tendrá que tomar para ir a las tortillas. Y esque le encantan esas tortillas y aunque le suelten los perros o le avienten el contenido de las bacinicas por el balcón, se niega profundamente a renunciar a esas preciosas caminatas en compañía de su hija a comprar el manjar de los dioses mexicas.

- Me importa un silbato - se oye decir, culta y propia como siempre - yo voy a ir por mis tortillas.

Es así como entre estas letras, la ira se va un poquito. La risa se asoma a ratos, y la vida sigue, llenando de fortuna y espera a la niña, madre de otra niña.