domingo, 17 de marzo de 2019

Adornitos y apariencias.

Las personas, indistintamente, cambian día con día. A veces es su cabello, otras, su manera de ver la vida. De repente despiertan un día y simplemente, ya no son lo que solían ser.
Cuando, al amanecer cotidiano, se miren en el espejo, posiblemente no lo noten. Seguro no miraron bien. Siempre a prisa, con la cabeza lejos, con los ojos del corazón cerrados, haciendo guiños, apretaditos y contenidos los párpados, los individuos son incapaces de percatarse de sus propias evoluciones.
Caso aparte en la interacción social. La gente siempre está mirando a la otra gente. Le escuchan. Le rondan. Descubren en el tono de voz la diferencia, el contexto, suponen, se atoran deduciendo cosas que no están capacitados para deducir.
Así le pasa a Katrina Pepina. Así le pasó otra vez. De un profundo cariño y aprecio, de repente le llegó una decepción. De sus propias expectativas, obviamente.
Esque esta señora adorna a las personas como se adorna un arbolito de navidad: les va colgando amasijos, adornitos, escarolas y virtudes virtuales. La pobre gente, ni cuenta. Y ella, viendo muy orgullosa el concepto creado por su torcida mente con respecto al tercero.
Y de repente, cual perro recién bañado, el personaje de estudio decide sacudirse al carajo todo lo que trae colgado.
-¡No te lo quites, te luce bonito! - Le grita Katrina Pepina en su desesperación. No quiere verlos de verdad. Como son. Es más fácil negar viendo, que vivir sabiendo lo que tiene cerca, diario, por buen rato.
Pero ahí está. El lado oscuro del ser. Como una pasta dental apachurrada que muestra inevitablemente su contenido. Innegable. Ni cómo decir que no es...
¿Qué hará nuestra decoradora? ¿Aceptar el pino seco, apreciarle por las pocas ramas verdes? ¿Alejarse antes de que una rama filosa intente sacarle un ojo? No. Quiere volver a colgarle todo. Sabe que es imposible. Que es caso perdido. Y llora. Profunda y amargamente, ante cada vez que la esfera cae. Insiste. Se cansa. Se conmisera. Se cuestiona y hasta quiere preguntarle al árbol, porque no quiere lo que ella le acomoda.
Pero el árbol es así. Y no está en su naturaleza querer estar adornado de cachivaches, sólo por darle gusto a ella. Es, y ya.
¿Cuánto? ¿Cuánto tiempo tardará para rendirse? Alguien digale que está bien rendirse a veces. Que si no le gusta la verdad, no necesita quedarse. Jálenle el cabello. Llévensela lejos. Amarrada si es necesario. Hasta que por fin entienda que hay cosas que sólo son, y ya.
- La estrellita se rompió, pero le voy a hacer un moño - se oye decir a nuestra boba, desesperada, patética negadora.

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