De día. De noche. Aparecen de madrugada, a veces como bálsamo, otras tantas como cuchillo: herramienta útil, insustituible, de habilidades profundas; destructor, punzante, veneno convertido en objeto.
Inevitablemente la persiguen. La rondan. Dulces e involuntarias. Calmantes, dadoras de paz, abrazos a distancia. Patadas ebrias, indiferentes, caducas.
Katrina Pepina anda por la vida tratando de pisar en lo parejo, y llegan. La estremecen. No sabe cuántas son, de dónde vienen. No quiere saber.
¿Será ella una más de todas? Seguramente. En el día, las deja ser, fluir. Las ignora o las defiende. Aunque nunca sabe lo que dicen. Por la noche, entre sueños, las abraza, les sonríe, las entreteje. Las empuja y luego las llora. Constantemente.
Dicen muchas cosas. El clima, la vida, lo cotidiano, el sol. Y más allá, en su corazón, le dicen lo que espera oír. Le hablan, lejos del contenido, de sí misma. De sus miedos y enojos. De sus penas y flores. De lo efímero de su vida.
Hay días que anhela el silencio. Que espera pacientemente hasta que desaparecen. Otros, las quiere ahí, cerquita. Y al final, en la oscuridad y el vacío, se percata de la paz, de lo obtuso del mundo, de la infinita y profunda soledad.
- ¿Cuánto durarán? ¿A dónde van? ¿Me llevan con ellas como las dejo yo conmigo? - Tal vez nunca lo sepa, pero sabe, espera, el día siguiente para escuchar qué traerán.
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