El Joven de la Cola Larga se fué de pinta. Atravesó una gran extensión de tierra para llegar al estadio de la Catsup más rica.
Estaba totalmente anonadado. Extasiado. Por fín, después de sentirse como un extraño en tierra de nadie - a excepción de unos cuantos insulsos- por fín estaba en su planeta. Entre monos que hablaban como él y que ¡podían entender lo que decía!
No dudó ni un momento en meterse entre la bola de salvajes vestidos de vivos negros con amarillo. (Aquí hago un paréntesis para preguntar, ¿Alguien ha visto un vivo negro?¿Saben distinguirlo de un muerto negro? Ash, las mujeres y sus colores; se oye decir por ahí.)
El caso es que durante todo el partido se embriagó, gritó y hasta les enseñó unas porrillas de esas que canta él en el soccer. Ya saben, la clásica de "yo si le voy le voy a..." Los gringuetes se veían simpaticones pelando los ojos ante semejante greñudo que se desgastaba el galillo.
Hasta ahí todo bien. Pero resulta que nuestro susodicho, después de cinco cervezas, dos jotdots y tres litros de agua decidió acudir a hacerle espacio a la chela que acababa de adquirir. Sin embargo, el Joven de la Cola Larga se perdió. Se perdió y bien perdido. Sus amigotes lo buscaban afanosamente, hasta que en la pantalla superior se enfocó a un fulano que corria como loco con rollos de papel de baño por toda la cancha. Fué todo un espectáculo. Amenazaba efusivamente con hacer ahí mismo si alguien no le indicaba donde estaba su jugador favorito, un tal Troy Polamalu.
Fué tacleado varias veces y pellizcado otras tantas. Pero no renunció. Hasta que la estrella mencionada cedió a tomarse una foto con él con tal de que dejara continuar el juego. Después de esto, fué echado a las afueras del estadio con su foto y dos rollos gratis de papel. ¿Qué más podía pedir?
He aquí la evidencia de este suceso. Será guardado como un recuerdo feliz para uno y como el colado de los rollos para muchos, pero eso es lo de menos.