miércoles, 17 de enero de 2024

¡Aguas!

El mundo está lleno de flores. 
Amarillas, violetas, naranjas, pocas azules. 
Invaden banquetas, jardines, arroyos. 
Aún en invierno, si miras atento, alguna se asoma, valiente, estoica, como si fuera para siempre. 

Katrina Pepina no puede dormir. 
Tiene dolor de cabeza, profundo cansancio y muchos pendientes. También harto sueño, pero no logra dormir. 

Escorbuto le trajo pastillas, agüita y un besito. 
Cachetina le compartió su cama. 

Está calientita, en pleno invierno, recién bañadita, todo es perfecto. 
Menos ella. 

Hace unos días, tuvo un sueño. Ella ama soñar.
Recuerda detalles, colores, personas. 
En su sueños visita lugares a los que despierta nunca ha ido. 
Vuela con Cachetina, sube a carrozas jaladas por caballos, habla con Má. 

Este sueño era raro. Ella sabe cuando ya había estado en algún sueño antes. Se mueve con fluidez por el lugar, sabe lo que va a suceder, conoce donde está cada cosa. Así era este. 
Parecía que lo había soñado hace varios años ya. 

Paredes con tirol pintadas de rosa palo, una casa del árbol con escalera de caracol, hecha de caracoles rotos, al lado de un lago qué más bien parecía una inundación. Una historia de cómo habían ahogado en él a una persona, una mujer joven.
Ella con varias mujeres, cuatro o cinco, se metían al lago. Un lago verde, como pozole.

Mucho miedo al estar flotando, como cuando en la vida real entró a ese cenote y luego recordó qué los mayas despedían a sus muertos arrojandolos ahí.

Flotaba, y sentía rozar en sus pies, cuerpos, carne, ramas.
Salió con urgencia. 
Y despertó. 

Sus sueños con agua le avisan cosas, sobre todo cuando se sumerge en ella.
Si está en agua clarita, cosas bonitas, alegría, salud. 
Río revuelto, agua de lluvia profunda, agua gris, le va a dar gripe o se va a enfermar. 
Y depende también de quienes estén en ella, el mismo destino. Y pasa. 

Pero nunca se había sumergido en agua color pozole. Ni sentido semejante terror. 

Y ahora, no puede dormir. Y se despertó en la mañana pensando en que ya debe arreglarse la muela que da lata. Hacerse estudios completitos. Maternarse. Y qué lata. Y qué miedo. 

Cuida su salud, hace ejercicio como albañil en vaciado, come proteínas y sonríe mucho. Ignora el trabajo a veces y procrastina. Estudia, pelea con Escorbuto y camina poquito. 

Siempre se sintió como una columna donde el mundo puede sostenerse. Esas que en una construcción caen al final. 
Pero cuando no se siente físicamente bien, cuando algo le pasa, se da cuenta de que no es una columna. 

Es una flor. 

Una de esas que crecen silvestres, de pétalos blancos y tallito alto, entre el pastito. 
Esas qué nacen nadie sabe cómo, ni de qué sobrevive, pero que se levanta radiante, resistiendo viento, perros, frío. 
Que brilla con el rocío de la mañana -su hora favorita-, y se sostiene con su débil fuerza, suficiente apenas para sí misma. 

Y si un día, algo alrededor cambia, si el equilibrio y la gracia qué la hicieron nacer se modifica, ella indudablemente, de la misma forma que ha nacido, morirá. 

Llena de ternura y de incertidumbre, con lágrimas en los ojos, observa lo efímero de su yo.

Tal vez nunca escriba qué significaba el pozole, porque no lo sepa o porque no lo quiera. Pero aquí se queda, para que deje dormir. 


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