miércoles, 7 de agosto de 2024

Miércoles.

Cada día tiene su propio afán, dicen por ahí.

Sin embargo, desde hace unos meses, Katrina Pepina estaba un poco obsesionada con ese día de la semana en particular.

Un tiempo fue su día descanso. Le aligeraba la carga tomarse un día a mitad de semana para olvidarse del mundo y esforzarse más los sábados. La semana le pasaba rápido y bien.

Durante un año completo fue día de cuádriceps. Músculo de la pierna que le gusta mucho verse, pero que definitivamente le cuesta más trabajo ejercitar qué cualquier otro. Era un día de reto, de ser valiente, de hacerse más fuerte.

También era un día de espera, - aunque nunca estuvo segura muy bien sobre qué esperaba-, de vestidos bonitos y de cerrar temprano.

A veces, coincidía con la cita con su terapeuta. Cuando eso pasaba, era un gran día.

- Los miércoles son los domingos de la entresemana. - Se le escuchaba decir.

Pero, gradualmente, así como se amarga la leche o se insola una flor, los miércoles costaban un poco más. Eran de falsas expectativas, de anhelos no cumplidos, de dolor de panza y rodillas.

Hace días, en una situación importante, la Prima Chicle le dijo:

- Es el día más especial de tu vida.

Y Katrina Pepina se enojó.

Porque a ella no le gustan los días especiales. Aunque parezca que si.

Se esconde bajo la cama en San Valentín, en navidad, en su aniversario de bodas. En su cumpleaños, lo único que le pide a Dios es que se acabe el santo día de su santo. Y siempre, al día siguiente de estos eventos, sale de su escondite cantando, se sacude las telarañas y va más feliz que de costumbre, porque ese día, cualquiera de los mencionados, terminó.

Hoy, miércoles trató de hacerlo diferente. Se dió permiso de dormir, de comer cereal con leche y de desconectarse, al menos por un ratito. Se permitió ser imperfecta y fallar. Descansar.

¡Y logró cosas extraordinarias!

Pudo concentrarse mejor, por fin compró esos boletos para cruzar el mundo, organizó sus ideas, caminó en chones por su casa, trabajó un ratito y fue feliz.

Se está recuperando a sí misma. Porque, ¿cómo y cuándo? no sabemos pero un día se nos fue. Se le zafó la pata y con ella el ego. Le llegó su momento humilde.

Ese que le ha ayudado a recordar lo perecedero de la fuerza, la belleza o el dinero. Que el conocimiento sin humildad es tirano y que el amor genuino va más allá del exterior. Qué se puede perdonar, pero sobre todo perdonarse a uno mismo, para poder seguir adelante. Qué cojeando o entera, se vale igual.

Y cuando hoy, se puso medio triste porque era miércoles y sus cuádriceps ya no funcionan igual y la vida tampoco, cantó un ratito, se dió un abrazo y dijo:

- Ya pasará, ya pasará. 

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