-¿Está tu abuelita?
-No, anda en Estados Unidos, con mis tíos.
Respondía Katrina Pepina a los curiosos. Bien podía ser el cartero, la vecina chismosa o hasta el ladrón.
No sabía dónde se hallaba, sólo que era arriba, al norte. Que su abuelita iba por temporadas y que le traía algún chonino, juguete o cosa bonita. Esperaba su regreso ansiosamente.
- Cuando sea viejita, yo también quiero viajar. Que mis hijos me pichen mi boleto y me lleven a pasear.
Amaba escuchar la historia de abue en la que conocía las cataratas del Niágara:
- Me invitaron mis primas, las Chávez - decía. Nos subieron a un barquito y nos pusieron unos chalecos, ¡el agua estaba fría, fría!
Katrina Pepina imaginaba, anonadada. Sentía el agua salpicarle la piel.
Má no tuvo la misma suerte. Estaba demasiado ocupada trabajando para proveer a sus niños, al menos, de lo indispensable.
- Una vez me subí a un avión, cuando era muchacha. Iba para Chicago a trabajar. Hace muchos años hija. Un día volveremos, me los voy a llevar.
Lo intentó, es verdad. Sin éxito. Eso lo supo Katrina Pepina muchos años después, al revisar los papeles importantes de Má, para buscar las escrituras de los lotes funerarios de la familia donde al final, no reposarían sus restos.
Cierto es que nuestros antecesores generan expectativas y dan pautas para asumir, al menos de manera próxima, quiénes seremos o hasta dónde llegaremos.
Cierto es también que cada quien escribe su propia historia y hace de su legado un nuevo comienzo.
Ambas realidades se funden y llegan a integrar un posible destino, propósito o futuro.
Hoy, Katrina Pepina está sentada al lado de dos viejitas. Cuidan mucho su bolsa y platican en voz alta. Esperan pacientemente el aterrizaje y se quedan dormidas a ratos. Le recuerdan a su abuelita.
También, a su lado, una mujer sofisticada toma una siesta después de su té Chai con crema y sin azúcar. Recibiendo la aprobación de nuestra chismosa protagonista, pues al parecer comparten ese gusto.
No tuvo que esperar a ser abuelita.
No tuvo que esperar a que Cachetina le pichara los boletos.
Va a trabajar, cierto es. Pero también a ser feliz.
De francés, sabe decir: le toillette.
De Italiano, la Donna mangia la mela. Y Aria, aire. Como su hija.
Y con la misma ropa de siempre, el corazón hecho un nudo, los que le aman con el alma en un hilo, y el sueño alborotado, va Katrina Pepina, a cruzar el mar, más allá de lo que nunca esperó llegar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario