jueves, 10 de octubre de 2024

Cara.

Era coreana, si. Pequeña y de cabello alto en un chongo muy particular. 

Vestía de negro. Neutra, práctica, sencilla.

Quien la hubiera mirado, jamás hubiese imaginado su entereza y su carácter aguerrido. Su corazón.


Llegó en el momento oportuno. Cuando todo se derrumbaba. 


Katrina Pepina temblaba de miedo y de frío, de soledad. 

Estaba sentada del otro lado del mundo, en una estación de autobús que era más bien un pequeño tejaban y algunas bancas, de madrugada, llovía.


  • No debe ser tan difícil - se dijo cuando compró el boleto por internet para viajar a la ciudad de las estatuas.


No lo fué. Ahora no lo es. Porque sabe cómo se hace. Pero en aquel instante, era lo más difícil que había hecho en toda su vida.


Nadie la entendía, ni en español ni en inglés. Los adultos italianos se negaban a ayudarle y los que trataban le decían que era una locura estar ahí a la una de la madrugada. 


Su teléfono estaba por apagarse. 


Llamó a Escorbuto, le dijo todo. Menos que un albano la estaba acosando a ratos. Eso no. Ya bastante tenía el pobre con saberla lejos y loca como para preocuparse por más.


Se resistía a llorar porque no quería que los de alrededor la vieran más frágil, más asustada, más sola.


Y ella llegó.


Con su gran maleta, su mochila al hombro, su libreta en mano. Y hablaba inglés. 


La escuchó, la entendió. Se esforzó por ayudarle a buscar ese autubús que según los locales, no existía. 


  • Tranquila. Esperaremos juntas. - Le dijo. 


Y se puso a escribir. Una libreta pequeña y una pluma. Concentrada, con su maleta como mesa y su mochila siempre en el brazo. Pensaba, y escribía. 


Katrina Pepina la miraba. ¿Cómo podía estar tan serena? Al menos hasta que llegara su autobús, estaría segura.


Alguien más llegó. Un joven chino con ropa de diseñador. Lleno de estilo, pero también de ansiedad. Su batería también estaba por terminarse. 


Ella fue el centro de todo. Era amable, protectora, interesada de manera muy genuina en los demás. 


  • Voy al Oktoberfest, contó. Tengo dos meses viajando por Europa y lo he disfrutado mucho.
  • Yo estudio aquí en Polonia, en bellas artes - contaba el diseñador de moda. 


Katrina Pepina escuchaba. Cara hablaba inglés, él italiano. Cachaba lo más que podía. Compartieron dulces, muchas risas y consejos de viaje. 


  • No corras, - le dijo. No tienes que verlo todo. Tienes que disfrutarlo y eso no se hace corriendo. 


Tenía razón.


No sabía que iba a pasar. No sabía si el camión iba a llegar. No sabía si vería a sus amigos. Pero ahora estaba tan agradecida y feliz que estar ahí, otra vez valía la pena, merecía la oportunidad.


Mas personas empezaron a llegar. Viajeros de todos lados que, como ella, estaban ahí, retando el sueño, el tiempo, la vida como la conocemos. 


Su autobús llegó primero. La vida acomodó todo de manera tan perfecta, para que ese camión que  supuestamente no existía, existiera esa noche y contra todo pronóstico, llegara casi a tiempo.


Katrina Pepina les abrazó y se alegró. Y ellos, en la estación, se quedaron contentos de saberla segura y en camino a la ciudad de las estatuas. 


Ellos no lo saben, pero esa noche la salvaron de rendirse, de llorar. De darle la razón al mundo acerca de porqué no deben perseguirse los sueños, de quedarse amanecida en una banca sin tener a donde ir.


De esto solo quedó un separador de libros tradicional coreano y un recuerdo que pudo haber sido un sueño. Pero que ahora permanece para siempre aquí, en estas palabras.



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