Eran preciosos. Perfectos.
Katrina Pepina los quiso desde que los vió.
Definitivamente no eran baratos, costaría mucho esfuerzo conseguirlos.
No podía pensar en nada más.
Los quería, los quería.
No sabía muy bien porqué.
Desde que se dedica al fitness - wow, dicen unos. Pérdida de tiempo, dicen otros- nuestra autora anda echándole al ropero algunas prendas variadas para motivarse y reconocer su profundo esfuerzo de cada mañana y también de cada noche.
Esperó pacientemente el momento oportuno para afianzar los dichosos zapatos deportivos, los repasaba en las fotos, una y otra vez, preguntándose si de verdad eran tan cómodos y suaves como los hacía ver el fabricante.
Combinaban con todo, servían para todo, aguantaban todo. Justo lo que necesitaba.
Un día, de esos en los que uno se levanta valiente, los pidió.
Y llegaron.
Si, si eran suaves. Flexibles, de color increíble. Aterciopelados al tacto y justo de su medida.
Pero tenían un serio defecto. Le lastimaban.
Al principio no lo sentía. ¡Los había esperado tanto!
Después, una leve molestia. Si, tal vez estaba la planta del pie un poco a desnivel, pero seguro era porque eran nuevos. Pasaría y se acomodarían.
Un día se fue de viaje. Y se los llevó puestos. Serían los favoritos, los que llevaría a todos lados, la caja sobre las cajas.
Durante el viaje, cargó algo muy pesado. Fue soberbia al pensar que ella lo podía todo, lo aguantaba todo, que tenía que hacerlo todo.
Gran error.
Sus pies cedieron. Sus tobillos. Sus rodillas.
El dolor la invadió.
Depresión. Frustración. Ira. Impotencia. Tristeza.
Toda su gracia, su fortaleza, su disciplina, su alegría y su pretensión, habían sido derrumbados por un par de zapatos. Su ego herido reclamaba justicia. La idealización había opacado las señales de alerta que le gritaban que parara, que dolían, que no eran para ella.
¿Cómo algo tan anhelado podía hacerle daño?
Tuvo que parar. Contra su voluntad, contra su deseo y contra su vanidad. Tuvo que parar. Recordó con nostalgia los momentos en que podía caminar, correr, saltar a dos pies.
Lloró amargamente sus heridas que, aunque no se veían por fuera, dolían tanto que no la dejaban dormir.
Odió los tenis. Los aborreció, y los echó al fondo, en un rincón.
No ha sido fácil. Ya no los odia. Son sólo zapatos. Ella los hizo grandes, los idealizó. Los ve a veces y a pesar de todo, con gratitud recuerda la gran lección que le dejaron. Fueron mucho más caros de lo que jamás pensó, pero también le recordaron que las señales no deben ser ignoradas, que si duele hay que parar, que no todo es como queremos creer, y que nosotros mismos le damos el valor a lo que creemos que lo merece.
Mientras tanto, cada día que Katrina Pepina logra hacer una sentadilla, un desplante, un brinquito de alegría, es una victoria que se registra en su libro de la vida, sin importar cuál par de zapatos use hoy.
Esta padrísimo el cuento, esperare con ansias el próximo cuento de KatrinaPepina☺️❤️😉
ResponderEliminar¡Gracias por estar aquí! ¡Me alegro de que te haya gustado!
EliminarEsta muy bonito el cuento,pero sobre todo da una enseñanza que no debemos idealizar a nada ni a nadie
ResponderEliminarCierto, las personas y las cosas somos reales y también fallidos. Gracias por tu comentario.
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