Katrina Pepina ama los abrazos. Son su expresión favorita de cariño. La llenan de paz, de seguridad, de consuelo. En ellos da comprensión, cariño, ternura. Recuerda los pequeños y formales (de compadres, les dice ella), los que se dan en un momento de tristeza y confortan el corazón, aquellos en que la cargan y le dan vueltas, flotando sus pies, los que duran mucho, los que duran poco.
Ella está segura que no hay cosa más bonita que abrazar. A Cachetina, al perro, a sus amigas, a Escorbuto, a la vida, a sí misma.
Pero de unos días para acá, no ha sido abrazada. En sus ocupaciones, en el ir y venir del mundo, se le olvidó como abrazar, y por consiguiente, anda por la vida como zombi, iracunda, necesitada, sola.
Cachetina la ve llorosa, mocosa, colorada. No es lo que quiere mostrar a su niñita. Quiere ser un buen ejemplo, pero si no llora se le endurece el corazón y entonces lo usa como piedra para aventar a todo el que se le acerca.
Quiere encontrar una solución. Un suéter amarrado a la espalda, el perro colgado al cuello como abrigo fino, alargar sus brazos como superheroina y abrazarse a si misma, pagar por un masaje, etcétera.
¿Dónde hallar la calma y la seguridad? ¿Dónde un refugio seguro?
No hay quien quiera salvarla. ¿Porqué espera ser salvada?
¿De qué, de quién?
Nadie lo sabe.
- Avisen si se enteran- dice.
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